La infancia del arte


Por: Carolina Marrugo O.

 

UNO

Hace ya algunos años en el curso que dicto sobre civilizaciones antiguas decidí incorporar elementos de la cultura visual. Fue así como en la sesión introductoria sobre Egipto me dispuse a cuestionar el origen de las imágenes. Quise dar un giro en las formas de aprendizaje en las Ciencias Sociales que por lo general privilegia el dato sobre el pensamiento crítico, que hoy en día es una especie de cliché, pero que guarda una complejidad tremenda, porque implica la diversificación de las metodologías de aprendizaje; en el caso de mi área, algo que de más sentido frente a la historia de los pueblos.

Para mi sorpresa, un estudiante “adelantado” levantó la mano cuando hice la pregunta sobre el origen de las imágenes y en lo que expresó con palabras propias, remitió a lo que conocemos como el arte rupestre, dejando pistas en su argumento de que éstos yacían en cuevas, no en marcos u otro material. Adicionalmente, mencionó haber visto esta información en internet y, si hay algo que merece destacar de la tecnología, lejos de sus vicios potenciales, es su capacidad para establecer un efecto de familiaridad con diversas expresiones del arte, en la mayoría de los casos, ajenos a nuestra formación académica.

Así pues, con esta intervención del aprendiz, se dio inicio a un ciclo de charlas al interior del curso que se prolongaron todo el trimestre sobre la cultura visual y su significado dentro de aquellos pueblos avanzados que conocemos como “Grandes Civilizaciones.” La pintura rupestre, esa infancia del arte, se posicionó, en este contexto, como un extraordinario antecedente del hecho artístico como parte fundamental de la historia de los pueblos. En algún momento esa fascinación se conectó con los relatos y significados que guardan la simbología egipcia, la mitología griega, la arquitectura romana y las culturas mesoamericanas, entre otras.

Se inició así un viaje por el enigmático mundo del Ojo de Horus, las pirámides egipcias, la cruz Ansada hasta las coloridas imágenes de Quetzalcóatl, entre otros.  Al conversar sobre su sentido dentro de dichas culturas, los niños se aproximaron al interior de estas sociedades desde su sensibilidad y visión de mundo en una propuesta pedagógica asociada con una historia de las mentalidades [1]plasmada en la esfera de cotidianidad y donde del arte fue capaz de consignar todo un espíritu de época.

 

DOS

En su libro “Modos de ver”, John Berger cita: “La vista llega antes que las palabras. El niño mira y ve antes de hablar […]Lo que sabemos o lo que creemos afecta al modo en que vemos las cosas”. [2] Esto aplica a lo que observé en los estudiantes mientras nos sumergimos en la cultura visual de las grandes civilizaciones.

Por un lado, la capacidad de asombro de los estudiantes frente a la imagen, pese a que habitamos un tiempo donde estas son omnipresentes. Noté que el ejercicio de “mirar y ver” en apariencia sencillo, en realidad se tornaba más confuso a medida que pasábamos a los ejercicios de descripción, dado su orden explicativo y su objetivo proporcionar una imagen completa de lo que se ve a través del habla o la escritura, en nuestro caso, de lo primero. Dicha complejidad en realidad derivó en uno de los ejercicios más productivos que realizamos a lo largo del curso, pues esa trasposición de la imagen a la escritura, enriqueció el conocimiento sobre las culturas y de cierta manera les obligó a instalarse temporalmente en aquellos contextos.

TRES

La idea de una infancia del arte fue un extraordinario punto partida para desarrollar lo que es sin duda un vasto conocimiento del mundo. Este inicio permitió a los niños indagar sobre patrones de personajes y circunstancias lejanas en el tiempo. Suelo repetir que, en el arte, la literatura y la historia reside un potencial para desarrollar la sensibilidad, la empatía, el respeto por el otro y un cierto sentido del mundo que nos definen como seres humanos:  en el valor y la ambición de Alejandro Magno, de Napoleón o desde la reflexión de un oscuro capítulo de la historia como el Holocausto. Permite comprender por qué existieron personajes como Michelangelo Merisi da Caravaggio o Artemisa Gentileschi quienes pintaron con gran fuerza y sensibilidad. U otros como Piero de la Francesca y Leonardo Davinci, quienes nos deleitaron con los usos del color, la perspectiva, las matemáticas y la anatomía humana en un tiempo de verdaderas revoluciones.

Como maestra comprobé que lo que conocemos como la Edad Oscura en Europa encontró resonancias y curiosidad en los estudiantes al visitar los monasterios y la vida campesina medieval a través de las lecturas, así como la revisión de selecciones iconográficas para conocer el impacto de la relación arte-pensamiento religioso en el medioevo y Cuentos de los Hermanos Grimm para conversar sobre el folclore y caracteres propios de la época. Con ello comprobé ese gran sentido del que goza principalmente el arte como herramienta didáctica y como una potencia para construir un pensamiento crítico en las aulas.

 

Bibliografía

·       Cano, A. De la historia de las mentalidades a la historia de los imaginarios sociales. Universidad de Medellín, Ciencias Sociales y Educación, Vol. 1, Nº 1, pp. 135-146, 2012.

·       Berger, J.  Modos De Ver. Edición inglesa de 1972



[1] Alexander Cano. De la historia de las mentalidades a la historia de los imaginarios sociales. Universidad de Medellín, Ciencias Sociales y Educación, Vol. 1, Nº 1, pp. 135-146, 2012.

[2] John Berger. Modos De Ver. Edición inglesa de 1972

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